viernes. 19.04.2024

Se abre el telón

'Una historia violenta', de Antonio Soler, cuenta la historia de tres amigos que están en el mundo desde tres posiciones diferentes

Se abre el telón

'Una historia violenta', de Antonio Soler, cuenta la historia de tres amigos que están en el mundo desde tres posiciones diferentes

Recuerdo que yo tendría unos 9 ó 10 años y era entonces un niño normal. Sacaba buenas notas sin ser un empollón, jugaba bien al fútbol sin ser un crack, me portaba bien en casa sin llegar a ser repelente. Yo era, en fin, un niño feliz de esa forma en que un niño de 9 ó 10 años es feliz: sin darse cuenta. Y creo que ‘El Bernal’ no soportaba tanta normalidad. Él era mucho más alto y más fuerte que yo y, sobre todo, tenía la valentía de la calle, el honor ganado a base de golpes de saberse respetado por todos. Una mañana imagino que ‘El Bernal’ no soportó ya tanta normalidad y decidió que había llegado el momento de ponerme en mi sitio. Me lo encontré parado y tranquilo, seguro, dándole el primer mordisco a una manzana y, cuando me vio, me dijo que al terminar la manzana me iba a dar una paliza. Me lo dijo así sin más, como dándome a entender que hasta la manzana era para él más importante que yo. Lo que viene ya os lo imagináis. Yo salí corriendo porque sabía que ‘El Bernal’ hablaba en serio, y me metí a toda prisa en el portal donde vivía. Subí el primer tramo de escaleras y me asomé a la ventana del rellano para comprobar si me había seguido. En absoluto, continuaba en el mismo sitio, mordiendo la manzana tranquilamente, y eso me asustó. Me asustó porque yo entendí que nunca me iba a librar de aquella paliza. Tal vez hoy sí, puede que también mañana, pero ‘El Bernal’ estaría allí día tras día hasta que cumpliera su amenaza. Resguardado tras la ventana, creyéndome a salvo, continuaba mirándolo mientras el miedo me invadía. Me permití, no sé por qué, una mirada retadora, casi chulesca, y entones ‘El Bernal’ dejó de morder la manzana, me miró sonriendo y echó el brazo hacia atrás. Yo vi el vuelo de la manzana, la parábola increíble de su planeo, hasta que impactó en mi ojo derecho. El dolor y la hinchazón fueron inmediatos y humillantes. Dos cosas aprendí ese día: 1, que siempre tienes que comprobar que a la ventana tras la que te escondes no le falta el cristal, y 2, que las hostias siempre te alcanzan.

Ésa es también una de las cosas que se saca en claro tras la lectura de ‘Una historia violenta’, de Antonio Soler (Málaga, 1956), que la vida siempre te alcanza. Para empezar uno tiene la sensación de que empieza a leer a novela porque se ha abierto un telón donde se desarrollan unas vidas que estaban antes de la lectura y que lo estarán una vez hayamos terminado el libro. Una historia de tres amigos que están en el mundo desde tres posiciones diferentes: la ira y la violencia en el caso de Ernestito, la suficiencia de Mauri y la observancia a veces contraproducente de quien lo cuenta, de la voz narrativa. Es la vida que transcurre en una barriada fronteriza y humilde, contada con frases cortas y contundentes, como cabe de esperar de un chico que ronda los 10 u 11 años, tal vez 12, que lo ve y lo cuenta todo como si estuviera fuera del tiempo, repitiendo, como si de salvoconductos para entender se tratase, los rasgos identificativos de todo lo que lo rodea: la estatura de don Guillermo, el cuello doblado de Ernestito, los colmillos que Mauri clava en las colillas de los cigarrillos que fuma, el sujetador laberíntico de la tía Tusa. Una ambientación que Soler utiliza para perfilar, para insinuar más que para someternos a su novela, porque aquí nada es forzado, nada parece premeditado porque tenemos la sensación de que el autor ha ido escribiendo la novela a medida que nosotros la vamos leyendo. Y al final la vida te alcanza, siempre te alcanza. Y eso es lo que sucede, lo que Antonio Soler nos pone delante a pinceladas, casi suavemente. El mundo que se empieza a desmoronar cuando aparecen las ratas donde menos se podía sospechar, como si la vida le sacara la lengua a todo lo que parecía esplendoroso y distinto.

Yo todo lo narra el malagueño de una forma tan visual que somos capaces de oler y de ver como si allí estuviéramos. Y además, a medida que transcurre la novela, somos capaces también de completar los detalles que el narrador se va dejando por el camino, porque cuando llega a un punto muerto se da a vuelta y se refugia en las ensoñaciones infantiles con la tía Tusa.

Una novela redonda, con un lenguaje cuidado y rico, exacto en cada palabra, constantemente virtuoso y que además exige al lector. Todos los elementos, en definitiva, para hacer de Antonio Soler uno de nuestros mejores escritores.

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