jueves. 18.04.2024
El MIRA | Noticias
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El arlequín es un disfraz, un tipo, un personaje, de veras carnavalesco. Diríamos más carnavalesco que “carnavalero". Porque a no pocos aficionados de la fiesta le da cierto yuyu esta tipología. Por una ambigua superstición ancestral. Pero las hechuras de su ropaje, el diseño de sus líneas y el colorido de sus formas son -al menos a bote pronto- muy agradables a la vista.

Así los recordamos por suelto en comparsas como ‘Noche de Falla’ -de  Joaquín Quiñones en 1994- o bien en aquella clásica ‘Las coplas ’ de 1985 con su entradilla a capela “Niña: aquí está el coplero / que del pueblo siempre sale / y tó por poco dinero / al llegar los Carnavales”.

El arlequín no es hazmerreir, ni siquiera cómico. Pero sí animal escénico. Un animal de pocas palabras y mucha vocalización. Un animal flexible en su concepción gimnástica. Un humano poco humanizado. Un bailarín muy irrequieto. Un saltarín de los sentimientos propios en el escenario de la danza ajena. Parece un intruso, pero no se tiene por tal. La oscuridad de su máscara contrasta con la luminosidad de los rombos de una indumentaria de trazos rectos. No es melodramático sino comediante. Su corazón late de un modo artístico y sus manos sólo aciertan a dibujar pantomimas en el aire. En el aire de su oxigenación emocional.

Juan Carlos Aragón ha presentado una comparsa ‘Gaditaníssima'. Con la doble ese italianizante del arlequín. Que es al fin y a la postre su tipo de este 2019. La valoración a pie de calle ha cuajado el efecto inverso al de años anteriores. Infravalorado injustamente ahora en comparativa con la supravaloración inmediata de agrupaciones penúltimas. Dicho sea sin desdoro de la gran calidad de ‘Los mafiosos’, aunque no así tanta de ‘Los peregrinos’ o ‘La guayabera'.

La edición 2019 del COAC ha reflotado un objetivo coincidente: la vuelta al estilo gaditano tradicional para aquellas agrupaciones que estaban ejerciendo -con mano maestra- una suerte de vanguardismo de sello propio. Hablamos, verbigracia, de comparsas como la de Ángel Subiela, Antonio Martínez Ares o el mismo Juan Carlos Aragón. Otras apuestas más modernas -por ejemplo ‘Los buscadores’- también reivindican en sus letras la elección  del verbo gaditanear. ¿Se hace ya ubicual y omnipresente el espíritu temático del recientemente retirado -jubilado por derecho propio- Antonio Martín, el chiquillo de la plaza de la Cruz Verde?

Al grupo 2019 de Aragón no se le puede achacar que suene a más de lo mismo. Aunque bastantes voces autorizadas consideran que al menos en un alto porcentaje no es sino un eco repetitivo de sus comparsas más recientes. ‘Gaditaníssima’ es menos canalla, menos chulesca, menos gamberra e incluso -estilísticamente- menos transgresora. Y sin embargo conserva una afinación de diez, una inusual blancura de formas y una usual expresividad metafórica.

La versión más amable pero igualmente literaria de un autor que sabe escribir muy bien– que es todo lo contrario que escribir muy correctamente-. El arlequín no es bravucón, no es altanero, ni siquiera fantasmal. Ejerce de cómico para cantar sus penas y sus alegrías. Para proponer una visión alternativa de la realidad. Más alternativa que independiente…

Porque un gaditano muy gaditano depende siempre del calor uterino de la tierra que lo vio nacer. Y ya sabemos que esta tierra trimilenaria acuna de continuo a todo niño que los adultos abrigan en su interior. Adultos que -ambivalentes- nunca mienten en el lenguaje no verbal. Y que se pintan la cara de los coloretes de la más auténtica o ficticia alegría. Como todo arlequín que se precie.

¿Arlequín versus Carnaval?