viernes. 29.03.2024
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¿Qué libros volverías a leer o releer?

El Día Internacional del Libro también nos sumerge en aquellas obras que ya dejaron huella en nuestro fuero interno

¿Por qué, de entrada, el 23 de abril es un día más que simbólico y señalado para la literatura mundial? Parece que la coincidencia del fallecimiento en este día de escritores de la talla de Cervantes, Shakespeare o Garcilaso de la Vega parece un motivo del todo fundamentado. Pero, a mayor abundamiento, también coincide la fecha con el nacimiento o la muerte de otros escritores excelsos como Nabokov, Pla, Maurice Druon o Manuel Mejía Vallejo. Da la sensación de asistir a un día predestinado a su loa en pro de la Madre Literatura.

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En cualquier caso algunos díscolos críticos de las anuales celebraciones a jornada fija consideran que se trata de otro mero pretexto a efectos sobre todo comerciales. Cierta razón sustentaría esta teoría si se tratase de otras bagatelas de andar por casa. Pero -a sabiendas que no corren lustrosos tiempos para la lírica- refiriéndose a libros, lecturas, pensamiento, conocimiento, creatividad, imaginación… cualquier excusa es mandamiento de la ley de Dios. O casi.

A no dudarlo debemos aplaudir -a pitón pasado- la iniciativa adoptada en su día -París, año 1995- por la Conferencia General de la UNESCO para rendir tributo y homenaje (universal) a libros y autores en esta consagrada y congraciada fecha. A mayor abundamiento cuando la animación a la lectura también se proyecta sobre las edades tempranas de la juventud. Todo un respaldo al progreso social. Y enteramente cultural.

La provincia, todas sus localidades, han convocado y desarrollado actividades por doquier. Ninguna sobra: todas se consideran didácticas. Y rentables al cien por cien. Como señaló Miguel de Unamuno: “Sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe. Sólo la cultura da libertad”. Educar en valores, en códigos éticos y en libertad expande la apuesta por un mundo mejor. El árbol, desde pequeñito. Y los libros, siempre en las manos ilusionadas y todopoderosas de la juventud.

Con todo y con ello, la política cultural del Día Internacional del Libro se aposenta en la oferta de la lectura primera. De la lectura de libros en sentido estricto. Lo que abonamos en su beneficio integral. Pero quizá también debiera iniciarse una mentalización o una reeducación consistente en la puesta en valor de la relectura. Ya dijo Azorín que “vivir es ver volver”. La relectura es una apuesta a caballo ganador. Sobre páginas que, por una razón o por aquella otra, nos fascinaron. Nos deslumbraron. Nos iluminaron.

Camilo José Cela, el escritor de apuntes carpetovetónicos y manos de garra de oso, siempre fue, desde su mocedad, un lector voraz. Y veraz. Empero pronto se inclinó por la relectura como educación o reeducación del intelecto. Alfonso Guerra, político de rompe y rasga, se deshizo de miles de volúmenes de libros que había atesorado durante muchos años para circunscribir y reducir su biblioteca personal, doméstica, a un puñado de decenas de títulos que solicitaban a gritos su relectura.

Todos tenemos en mente -y a mano- aquel libro que tanto efecto -para bien- causó en nuestro fuero interno. Si nos preguntasen a bote pronto, sabríamos responder a propósito de la obra que volveríamos a leer. A releer. Y el porqué. La obra o las obras. Son libros fetiche, libros de culto, libros muy nuestros y de nadie más. Experimentamos una intensa vivencia junto a ellos. Nos despojaron de la pátina de la rutina. Y nos zarandearon con serenidad o con vehemencia. ¿Qué libro volverías a leer? El Día Internacional del Libro es una buena jornada, en su final, para respondernos sin rodeos y sin regodeos. Frente por frente a la letra escrita.

¿Qué libros volverías a leer o releer?