sábado. 20.04.2024
Rocío Carrasco
Rocío Carrasco

La docuserie que tanto está cacareando hasta en los rincones menos explorados de esta España nuestra, la construida y reconstruida en alabanza y prez de Rociíto -léase Rocío Carrasco Mohedano-, evidencia por tramos unos fallos -traslúcidos- de guion que dejan en calzoncillos -por no decir en bragas- la entera verosimilitud de cuando se expone a pantalla completa, a lágrima élega, a flor de piel ya quemada por el tiempo transcurrido y a toro pasado -quizá de pitón muy antiguo como para sacarlo a flote en una oportunidad que a no dudarlo se mezcla con oportunismo-.

La docuserie no ha logrado a bote pronto su propósito primigenio, esto es, lograr el asombro y la conmiseración de todo un país en la decantación unánime hacia el costado -que es costilla de Adán- de la hija de la más grande. Inicialmente se apuntaba a la masiva adhesión de una nación entera. Pero el tiro ha salido, contra todo pronóstico, por la culata de un plan urdido por muchos. Aunque sin tener en cuenta que la libertad de expresión de los españoles también se traduce en libertad de recepción y la diana cambia de pared a voluntad de la opinión de cada cual.

La voz de la Justicia

Ni se puede imponer una moral ni tampoco un sentido (lato) de la verdad de los hechos. Porque en este caso la Justicia -escrita con letras mayúsculas- ya se ha expresado en más de una ocasión y siempre por lo común en la misma dirección. Enmendar la plana a los profesionales del gremio es como querer dictar sentencia sin tener facultades para ello, al margen, claro está, de la mayor o menor credibilidad de la argumentación en su conjunto (y no por capítulos, que tampoco ha de ponerse en duda la crónica -parcial- de unos hechos de entrada desgarradores).

Rociíto podría haber arrasado y sin embargo no lo ha hecho. Subyacen errores secuenciales de planteamiento. La verdad, insistimos, no puede basarse en la dictadura de la versión oficiosa. Querer imponer un criterio a toda costa no seduce a la generalidad. Sobre todo cuando se abortan opciones de confrontación o de contraste de las versiones ofrecidas.

El garante de la pluralidad

Nunca como ahora Telecinco ha ofrecido un búnker autoritario donde no cabe el análisis de la lucha de contrarios en cuanto a la diversidad de pensamiento o sencillamente desde el garante de un periodismo plural, donde tengan cabida las voces de una parte y de otra…

Ni siquiera a una de las protagonistas pasivas de la docuserie, Rocío Flores, hoja de Rocío Carrasco y Antonio David, se la permitió entrar en directo en el debate del programa tras la llamada de la primogénita al programa. Es de Perogrullo afirmar que el suyo hubiese sido un testimonio, sino determinante -que igualmente sí-, al menos enriquecedor a niveles altísimos.

La versión que ofrece Rocío Carrasco parte de un guion donde de entrada se prefiguran dos extremos que al cabo son dos extremismos: los buenos muy buenos en una esquina -ella- y el malo malísimo (ser innombrable) en la otra -Antonio David, sobre quien de entrada y sin atender a la presunción de inocencia ha sido expulsado in extremis de su puesto de trabajo de la cadena alegre-.

Estas censuras y estos decisiones fulminantes restan veracidad, o al menos empatía, a la confesiones de Rociíto. Una lástima, porque la verdad nos hace libres también en el ámbito del contexto democrático.

Rocío Carrasco

Un planteamiento que carece de empatía

El guión se pasa de engolado -lo que a veces provoca un sentido impostado incluso del lenguaje- y no llega al tono coloquial que hubiese merecido una narración grave y amarga como la que semanalmente cuenta la hija de Rocío Jurado. La adscripción monocolor y partidista de los integrantes del debate -comenzando por una Carlota Corredera que parece fichada para rendir culto en una solo altar- también provoca más rechazo que interés. Porque un argumento no se puede imponer con todos los jugadores del mismo equipo sobre el único terreno de juego.

Posiblemente se haya desaprovechado una oportunidad de oro para abordar con rigor y pluralidad los casos de violencia de género, desde ambos lados del río, naturalmente. Jugar a caballo ganador puede provocar un efecto boomerang si se trata a los espectadores como masa teledirigidas por control remoto. Sucede que tal vez las masas se rebelan. Lean, si no, la imprescindible obra de José Ortega y Gasset.

Rociíto y el efecto boomerang por exigencias del guion