jueves. 25.04.2024

Moeckel: “Salid a defender vuestra afición y a decir vivan los toros”

El abogado sevillano Joaquín Moeckel pregonó los toros de la Feria del Caballo

Con las notas del pasodoble Suspiros de España rompiendo el aire se abría el Pregón taurino de la Feria del Caballo de 2018, organizado, como es tradicional, por la Tertulia Taurina Los Trece, tomando como escenario la sede Bodegas Díez Mérito, en la calle Diego Fernández de Herrera, el mismo sitio del año pasado. En éste el encargo había caído sobre el sevillano Joaquín Moeckel, aficionado y abogado.

Jesús Rodríguez, el presidente de la entidad, abrió el acto y, tras agradecer a todos los que han hecho posible la organización del Pregón, dio paso a Jesús Vigorra, como presentador del pregonero a quien el propio Jesús conoció en Cataluña, “que es España”.

A Jesús Vigorra le une a Joaquín una íntima amistad (“amigo del alma”) que se acrecentó compartiendo, a lo largo de dieciocho años, en la radio un programa semanal que Vigorra dirigía. Dijo que Joaquín es un hombre con una personalidad resolutiva, lo que ha demostrado en muchas ocasiones. Así, logró profesionalmente éxitos como la supresión del canon digital o el reparto de los gastos de formalización de las hipotecas. Así, cuando la sevillana basílica de El Salvador presentaba ruina en sus cubiertas y nadie se atrevía a hincarle el diente hasta que se lio la manta a la cabeza y preparó una colecta pública que inició él mismo con una cantidad. Así, cuando emprendió una campaña de solidaridad con las familias desamparadas de una barriada muy humilde donde explotaron unas bombonas, incluyendo la organización de un festival benéfico. En lo taurino, hay que apuntarle su labor de capitalista, sacando a El Cid a hombros, y también la limpieza de la estatua de Curro Romero, cuando fue ensuciada con pintura ante la pasividad de los responsables municipales.

Joaquín Moeckel se subió al entarimado, donde le esperaba un escueto atril que poco podía servirle de apoyo o de burladero por su tamaño minúsculo, aunque él quizás no necesitaba más, porque no se trajo de casa ningún papel. Todo lo que quería decir lo tenía en su cabeza y con eso bastaba, pues lo tiene muy bien metido y lo puede repetir cuantas veces uno se lo pida. No solamente era esa cuestión, sino que la experiencia en oratoria que el abogado tiene, por su práctica asidua en el foro, iba a permitir a los presentes comprobar la soltura de su habla en público, a pecho descubierto.

De principio, el orador advirtió al personal que no iba a hacer un pregón sino un antipregón. Que nadie, pues, esperara una colección de tópicos, un encadenamiento de versos, unas subidas y bajadas de tonos y unas loas a los claveles, a las damas, a las casetas y a los toreros; sería muy fácil. Eso sí, principió con un pequeño tirón de orejas a los encargados de la promoción de imagen y turismo de la ciudad. Estaba muy contento de venir a estos lares para decir un pregón en una encantadora bodega y esto le recordaba la conocida imagen de Jerez como la ciudad del vino, del caballo y del flamenco. Ahí está la cosa: no puede comprender cómo se olvida el personal de decir que Jerez es tierra del toro, de manera que pide a las autoridades y a la administración que, a partir de ahora, el lema turístico sea “Jerez, ciudad del vino, del flamenco, del caballo y del toro”.

No tardó mucho en remontarse con sus recuerdos a los principios de su afición taurina allá en su niñez, cuando jugaba al toro y cuando, con unos años más, se las apañaba para colarse en la plaza acompañando al personal de cuadrillas entre el que se ocultaba para que no lo vieran los porteros. Sus circunstancias han variado, pero no en lo arraigado de su afición, la cual le permite hoy día seguir a los toreros y estar metido en este mundo, hasta el punto de que aquel niño que se colaba en la Maestranza es ahora el abogado de la empresa y disfruta del acceso a un burladero de callejón siempre que quiere.

El motivo fuerte que le impulsó a aceptar el encargo de dar un pregón ha sido tener, de esta forma, una oportunidad para defender la Fiesta, pero no desde un punto de vista técnico-jurídico, sino planteando un razonamiento para ofrecerlo a los oyentes ante el problema que afronta el mundo del toro y que puede ir a más. No se trata de si los toros se caen más o menos, sin tienen menos casta que antes o más bravura; ni si torean todos los que merecen ser acartelados o quedan fuera algunos por culpa de las imposiciones de las figuras. Tampoco se trata de si las plazas se tienen que modernizar para adaptarlas a las exigencias de los espectadores modernos o de si las empresas tienen que cambiar el sistema de publicidad. No se trata de nada de eso; el problema que los aficionados tienen que saber afrontar es el movimiento creciente de los antitaurinos y animalistas.

No se iba a extender en razones que se suelen escuchar una y otra vez y que él considera anticuadas. Por ejemplo, nada de relatar cómo el toreo es la simbología del enfrentamiento de la inteligencia humana, representada por el torero, contra la fuerza de la naturaleza, representada por el toro, enfrentamiento donde casi siempre vence la inteligencia. Tampoco iba a extenderse sobre el argumento de que si la Fiesta desaparece desparecerá el toro bravo como especie, contraviniendo el declarado propósito de los animalistas. Ni hablaría de la aportación a la riqueza ecológica que significa la existencia de las dehesas dedicadas a la crianza de la ganadería brava. Todo eso son argumentos manidos.

Tampoco quiso ir por el lado de la economía y de los puestos de trabajo que la tauromaquia crea, los cuales se perderían si los toros fueran prohibidos. Esa razón no vale, porque también crean puestos de trabajo actividades que no son defendibles, como, por ejemplo, el tráfico de drogas; qué persona honrada defendería el negocio ilegal de la droga sólo porque también sirve para dar de comer a unos cuantos. No. La defensa de los toros debe hacerse con otro instrumento, que es el discurso de la libertad, y él se iba a centrar especialmente en la libertad de ir a donde uno quiera; yo voy a los toros porque me da la gana. No hay que pedir perdón por ser aficionado.

La tauromaquia ha estado perseguida siempre, a lo largo de los siglos. Un papa se atrevió a prohibir la asistencia a los toros y el rey tuvo que pedirle que retirara esa prohibición si no quería quedarse sin cristianos. Eso fue así porque existían aficionados de verdad. Mientras haya afición los toros seguirán existiendo. Godoy, en el siglo XVIII, también prohibió los toros salvo donde se permitieran expresamente; de ahí la expresión “con permiso de la Autoridad”. Es curioso que aquel papa quería prohibir los toros para que las personas no corrieran peligro de perder la vida; ahora los animalistas quieren prohibirlos para que quien no pierda la vida sea el toro, os sea, el mundo al revés.

Esos sí, hay que comprender que la vida ha cambiado y la gente, ahora, de campo entiende poco, por lo que muchos aspectos internos del mundo del toro son desconocidos y eso no ayuda. Los ganaderos deben ponerse al día y cambiar sus costumbres; deben empezar a abrir los cancelines de las fincas, para que la gente profana entre y vea la crianza de bravo y pueda comprender luego el comportamiento en la plaza. En esa línea, los alumnos de los colegios deberían tener las visitas a las ganaderías en sus currículos escolares.

El aficionado, sobre todo, debe salir de su acomplejamiento; el pregonero le pide que sienta orgullo de ser taurino y lo proclame abiertamente. “Salid a defender vuestra afición y a decir vivan los toros”. Él tiene tres hijos y los tres son taurinos, lo cual es su gran motivo de orgullo. En cuanto a los demás, cree que a la gente no hay que explicarle nada; sólo hay que exigirle respeto. Terminó deseando que todos los presentes puedan, este año y una vez más, disfrutar de la feria de Jerez y de sus toros, coronando con el grito de Viva Jerez y Viva España.

Mientras los aplausos seguían retumbando entre las bóvedas de la bodega, la miembro de la Tertulia Elena Aguilar se acercó para entregar al orador un catavino de plata, como recuerdo. Acto seguido, todos pasamos a degustar una copa de jerez ofrecido por Díez Mérito.

Moeckel: “Salid a defender vuestra afición y a decir vivan los toros”