viernes. 29.03.2024

La España elegante

Cinco minutos de Arturo Fernández han sido más beneficiosos para el buen nombre de España que muchas legislaturas de algunas y algunos “calientasientos públicos”

La España elegante

Cinco minutos de Arturo Fernández han sido más beneficiosos para el buen nombre de España que muchas legislaturas de algunas y algunos “calientasientos públicos”

Se nos ha ido uno de los nuestros, uno de los más grandes.  El pasado jueves, 4 de julio, Arturo Fernández Rodríguez  -asturiano de pro y español hasta la médula- ofreció su última función aquí, en la Tierra.

Este caballero español, de honrosa profesión: actor, paseó el nombre de España, como cualificado embajador  –sin alharacas ni artificiosas banderas- por doquier. Y es que Arturo Fernández irradiaba elegancia de la buena, de la que no es fruto de amaneramientos enseñados al maromo de turno por el coach de moda.

Este Hijo Predilecto de su Gijón de nacimiento e Hijo Adoptivo de la vecina Oviedo –hay es nada- es uno de los mejores actores del elenco teatral y cinematográfico domésticos. Caracterizó a cientos de personajes a lo largo de sus noventa años de vida, dándole a cada uno su sal y su pimienta, lo tenía muy fácil, se mostraba en cada uno de ellos con la grandiosa sencillez que tienen los auténticos.

Le recuerdo, especialmente, en la exitosa serie “Truhanes”, mano a mano, con otro de nuestros grandes mitos de la interpretación: Paco Rabal.  Gonzalo (Arturo Fernández) y Ginés (Paco Rabal) iluminaban aquellos diálogos de Mario Camus al mejor estilo del sin par género español: la picaresca.

Pienso que personas como Arturo Fernández, o el mismo Paco Rabal, u otros tantos y tantas mitos, compatriotas nuestros, que cultivaron el arte en sus más variadas facetas, dónde podemos citar a Lola Flores, a Salvador Dalí, a Antonio Ferrandis, a Eduardo Chillida, a Alfredo Kraus, a Manolo Escobar, a Toni Leblanc, a Montserrat Caballé y a un larguísimo etcétera, que nos legaron su mejor arte con mayúsculas son los que mejor vertebran este país nuestro –en el que un día nacimos y en el que vivimos, por cierto muy bien, a pesar de todos los pesares- llamado España.

Por  ello, cuando a los que debieran tener como máxima inexcusable e ineludible el solventar los problemas nacionales, regionales y locales de sus representados –ustedes y servidor- tan pronto tocan moqueta su primer empeño es la reestructuración ambiental del despacho de turno y, cómo no, el cuantioso aumento porcentual de sus ya sustanciosos sueldos –esto último en algún bochornoso caso en grotesco tiempo record- se les conoce como “Padres de la Patria”, discúlpenme, pero me da la risa floja.  Sin duda, cinco minutos de cualquier actuación teatral o cinematográfica de Arturo Fernández han sido más beneficiosos para el buen nombre de España que muchas legislaturas de algunas y algunos “calientasientos públicos”.

Sí, se ha ido Arturo Fernández, la elegancia en persona, pero nos deja un inmejorable recuerdo y un acerbo interpretativo difícilmente superable. Y lo que sin duda es más relevante: su afabilidad, sencillez, bondad y honradez.

¡Adiós, Chatín! Gracias por tu bonhomía y cuídate allá en las alturas celestes, donde a buen seguro ya te habrán dado “El Goya” que los entendidos –siempre tan ocupados de lo políticamente correcto- se olvidaron de darte en la vida de aquí abajo.

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