El monarca emérito Juan Carlos I hizo famosa la frase “¿Por qué no te callas?” en 2007 al decirla al entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Fue un episodio que generó mucha controversia a nivel mundial en aquel final de año. Con numerosos defensores de la libertad de expresión que se amparaban que el monarca sólo se limitaba a decir lo que muchos pensaban. También contaba con detractores, estos argumentaban que era una forma de censura propia de países autoritarios o del antiguo régimen.
Hay que recordar que en aquellos años los países occidentales se erigen como paladines en su defensa de la libertad de expresión ante el resto del mundo. Este derecho, el de poder decir lo que uno piensa sin miedo a sufrir represalias, era perseguido en países totalitarios y poco democráticos en aquellos momentos, hasta el punto de que existían herramientas en internet utilizadas precisamente por la clandestinidad o la resistencia de dichos regímenes para que pudieran narrar al mundo lo acaecido en sus países.
Desde entonces, las redes sociales han pasado a ser una herramienta muy útil para la libertad de expresión, pero también ha sido utilizada por las masas enfurecidas para impartir justicia a través de linchamientos sociales. Asimismo, en los últimos años, hemos sido testigos de un preocupante aumento de las injerencias en la libertad de expresión en distintos países democráticos de Europa. Esta tendencia ha llevado a una vuelta a la autocensura por parte de periodistas, escritores y ciudadanos en general por el miedo a ser señalados, incluso atacados en campañas de desprestigio hacia ellos o sus familiares. Si se analiza los riesgos que conlleva censurar la libertad de expresión en sociedades democráticas, así como las implicaciones para la democracia en su conjunto, podemos observar qué en los últimos años, hemos visto cómo diversos gobiernos han intentado controlar la información que circula en los medios de comunicación y en las redes sociales, incluso en instituciones como la Unión Europea. A esto se suma el miedo a un linchamiento social de aquellas personas que se desvíen del pensamiento establecido como políticamente correcto, a pesar de que, en ocasiones, dicho pensamiento oficial no se corresponda con el sentido común.
A lo largo de la historia hay numerosos ejemplos que muestran cómo el relato oficial no siempre se correspondía con la realidad y fue utilizado por el poder dominante para justificar actos poco éticos. Con esto no quiero decir que la Unión Europea lo haga, pero sí es cierto que no sabemos quién podrá utilizar estas herramientas en el futuro dentro de la Unión Europea y ayuda a que surjan teorías conspiranoicas.
En la actualidad, se puede observar una convergencia entre Occidente y los países totalitarios o poco democráticos. Esto se debe a que en Europa se están normalizando diversas legislaciones, por parte de instituciones tanto europeas como nacionales, que limitan dicho derecho bajo la justificación de combatir la desinformación o incluso los delitos de odio. Ha llegado a ocurrir que legisladores europeos han censurado medios de comunicación de algunos países, etiquetándolos como desinformadores.
Ante el incremento de la censura y las presiones externas, muchos periodistas y escritores han optado por la autocensura como mecanismo de protección. Esta autocensura no sólo limita la libertad de expresión individual, sino que también tiene un impacto negativo en la calidad de la información que llega a los ciudadanos, nos dirigen e intentan conducirnos sin virtud cívica alejando nuestro criterio crítico y reflexivo, pues fundamental que los gobiernos respeten y protejan este derecho fundamental, garantizando que todos los ciudadanos puedan expresar sus opiniones de forma libre y segura.
Recientemente, se ha visto claramente ejemplificado este fenómeno. La plataforma X publicó una entrevista entre Elon Musk y el actual candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, lo que generó una nueva ola de advertencias por parte del comisario europeo Thierry Breton. Estas advertencias podrían considerarse amenazas, ya que la Unión Europea podría imponer una cuantiosa multa o incluso prohibir la plataforma en territorio europeo por no cumplir con las leyes europeas de moderación de contenidos.
Debemos recordar que Trump es candidato a la presidencia de una de las mayores democracias del mundo y tiene amplias posibilidades de liderar un país con gran influencia global, especialmente en Europa. Por lo tanto, debemos plantearnos cómo una persona tan impredecible como Trump podría gestionar las relaciones con el viejo continente si llegara a ser el próximo líder de la nación norteamericana tras este intento de censura. Podemos tomar como ejemplo un caso que, aunque no es igual, tiene ciertos matices similares: el de Javier Milei. El actual presidente argentino tuvo una campaña electoral con bastantes enfrentamientos con el gobierno español, lo que ha deteriorado las relaciones entre ambos países, que tradicionalmente han tenido una larga trayectoria de hermandad. Mientras tanto, Milei mantiene estrechas relaciones con las organizaciones y personas que lo apoyaron durante su campaña.
Con esto no quiero decir que se deba prestar apoyo a todos los candidatos políticos, pero sí mantener una neutralidad ante los procesos electorales internos de los distintos países. Emitir opiniones, ya sea a nivel personal o institucional, sobre un país que se encuentra en proceso electoral puede interpretarse como una forma de injerencia en sus asuntos internos.
Se ha podido observar cómo se está produciendo una ventana de Overton al respecto y cómo la sociedad defiende ahora lo que antes era impensable, como es el recorte de libertades. Cabe la posibilidad de que la sociedad esté en continuo movimiento, pero moverse no siempre implica evolucionar; también existe la posibilidad de que estemos experimentando una involución a un régimen menos democrático y con menos libertades.