“Jugarse la piel” es el título del hasta ahora último ensayo de Nassim Nicholas Taleb. Desde hace años, Taleb se ha convertido en uno de los pensadores más estimulantes y provocadores de occidente, y en “Jugarse la piel” Taleb imparte de nuevo maravillosas enseñanzas.
Jugarnos la piel en la vida nos ayuda sin duda a tomar mejores decisiones. A modo de ejemplo, Taleb nos explica que, en la antigüedad, la costumbre era que en cualquier batalla el general siempre marchaba al frente de las tropas en la lucha. Como pueden ustedes imaginar, ante la perspectiva de ser atravesado por una lanza enemiga, los generales tenían la sana costumbre de pelear sólo en aquellas batallas en las que tenían una expectativa razonable de salir vencedores, lo que a su vez ayudaba a salvar muchas vidas de soldados.
Lo que me pregunto en mi “PENSAción liberal” de hoy es si realmente en estos tiempos todos nos jugamos la piel con nuestras decisiones. Veamos…
Las personas, sin duda, nos jugamos la piel en todas las decisiones de la vida. Cuando elegimos estudios, trabajo, lugar de residencia, pareja, cuando compramos una casa, pedimos una hipoteca, invertimos…, sabemos perfectamente que nosotros seremos quienes sufriremos las consecuencias de una decisión equivocada. Y sin duda eso introduce en nuestras mentes una saludable prudencia, como con los generales de la antigüedad. No quiere eso decir que no nos equivoquemos, pero sí que seremos conscientes del precio a pagar.
Si ahora pensamos en las empresas, veremos que ellas también se juegan la piel. Con cada nueva decisión que toman, ya sea del día a día o del largo plazo, son conscientes de que, en caso de error, serán ellas quienes sufran por ello, pudiendo llegar incluso a desaparecer. Si no me creen, piensen en Kodak, Lehman Brothers, Blockbuster, United Airlines, General Motors, Terra, Banco Popular, Bankia… Todas ellas pagaron con su propia vida empresarial por los errores cometidos en la “batalla”.
¿Y el Estado? ¡Ay el Estado…!
Como explica Taleb, al Estado le ha pasado como a esos generales que, hartos de poner su vida en peligro con cada batalla, decidieron que ellos verían la lucha desde la retaguardia, para poder huir si las cosas venían mal dadas. Así es más sencillo decidir mandar a miles de personas a la muerte… Quizás si el presidente de turno hubiera marchado al frente de las tropas, Estados Unidos no hubiera pasado por las desgraciadas experiencias sucesivas de Vietnam, Irak y Afganistán, o al menos hubieran sido más cautos…
Por desgracia, el Estado es el único agente de la sociedad que no se juega la piel en sus decisiones sino que, al contrario, se juega la piel de todos los demás (es decir, la de usted) con cada una de sus decisiones. No se trata aquí de que dudemos de sus buenas intenciones, pues eso es irrelevante. Lo que importa es que, al no incurrir en riesgo alguno, nuestros gobernantes son irremediablemente atraídos al lado oscuro de las decisiones alocadas e irreflexivas. En palabras del propio Taleb, “Toda intervención del Gobierno tiende a eliminar la asunción de riesgos”.
Por eso, y sin entrar a discutir sobre la legitimidad moral que pueda tener o no el Estado (eso lo dejo para otra “PENSAción”), lo que cualquier persona sensata debería pedir es que el Estado mantuviera su tamaño y el ámbito de sus decisiones al mínimo, dejando que seamos nosotros (ciudadanos y empresas) los que libremente decidamos las batallas en las que queremos jugarnos nuestra piel…
Y tras esto, me despido de ustedes con mi copa de oloroso en la mano, disfrutando del maravilloso atardecer de esta playa gaditana, al grito de ¡Viva la Libertad de Venezuela, Carajo!