martes. 16.04.2024

Veraneo rural

España no puede permitirse otro confinamiento, sino todo lo contrario: precisa una movilización de la economía, un aumento de empleos

Veraneo rural

Dadas las circunstancias actuales, parece que la población prefiere los pueblos. El turismo rural de toda la vida, pero tan relegado tiempo atrás, hoy,en auge.

Parafraseando a Machado – a Antonio -: mi infancia durante los meses de verano son recuerdos de las calles de un pueblo de la vega granadina, donde las risas, los juegos y las sillas en las puertas de las casas no faltaban. Puertas abiertas de gentes cerradas, aunque el “buenas noches” jamás faltaba.

Siempre recibía con desmesurado entusiasmo el momento de trasladarnos a nuestro lugar de veraneo. La diversión estaba asegurada: amistades y, sobre todo, los primos, nuestros primeros mejores amigos. Casi 24 horas con ellos.

Y por supuesto, la compañía diaria de ella: la abuela María, y sus inolvidables polos de limón, que refrescaban y amenizaban nuestros paseos de casa a casa.

No es nuevo, por tanto, para mí, y por ello entiendo perfectamente, que la gente prefiera este año el veraneo en las localidades pequeñas. La demanda de alquiler de casas rurales ha aumentado.

¡Benditos pueblos! Esa expresión, tan manida para algunos, se exclama con alegría y total convencimiento estos días. Sí, benditos pueblos, hoy y siempre.  Más aún, vista y vivida la situación en algunas playas.

Vivo con la incertidumbre de si el salitre crea una máscara en los veraneantes protegiéndolos del virus. Tengo que informarme, pero ha de ser así, o algo similar. Me resulta harto complicado ver a tantas personas, paseo marítimo arriba, paseo marítimo abajo, caminando sin protección.

Personalmente, esta actitud me provoca una serie de sentimientos encontrados: recelo, impotencia, desánimo, tristeza, enfado…

Así que entiendo la elección del pueblo como primera opción para muchos. La paz, la cercanía de sus gentes, el olor a jazmín y galán de noche, los pájaros como único despertador, los paseos interminables en bicicleta, las cicatrices de guerra de las mil y una aventuras con la pandilla…

Me encanta el mar, decir lo contrario sería mentir. Reconozco que durante y después de la cuarentena tenía unas ganas inmensas de sentirlo. Su calma, su sonido – banda sonora de la vida -, su olor reparador, sus azules… pero no me gusta en esta situación de inconsciencia y falta de respeto hacia el otro.

El mar es en sí mismo, una vitamina muy necesaria, pero el ambiente despendolado lo convierte en un territorio hostil.

De norte a sur de la península, y de este a oeste, esos pequeños municipios llenos de belleza, pureza y esencia engloban un casticismo y un ambiente dignos de vivir. Por no mencionar sus maravillosas verbenas y fiestas patronales, no celebradas, tristemente, este horripilante 2020.

Un amigo me decía que ojalá él hubiera tenido un pueblo durante su niñez. Tiene razón. Un pueblo, frente a las falsas creencias, puede llegar a abrir mucho las alas, pero, sobre todo, nos hace más fuertes para afrontar el destino.

Fernán Gómez decía que las bicicletas son para el verano. Los pueblos, también.

Escribía este artículo, paradójicamente, a orillas del Mediterráneo. Sin esperar que la actitud indisciplinada de la gente nos llevaría, días posteriores, a enmascararnos por obligación. No obstante, es la mejor de las decisiones planteadas por parte de la Junta de Andalucía.

Es un tema de poca broma. España no puede permitirse otro confinamiento, sino todo lo contrario: precisa una movilización de la economía, un aumento de empleos para evitar que el número de parados siga creciendo.

Veraneen donde quieran, pero allá donde vayan sean cautelosos y responsables.

Veraneo rural