
Billie Eilish es metáfora poética. Es poesía metafórica. Es un verso de rima asonante. Es una cascada rubia de identidad propia. El empeño de la diferencia. El documental sobre su vida arroja guiños íntimos y no intimistas. Pongámonos en situación. En el contexto determinado. Año 2019.
Sí. Año 2019. Miércoles 20. Corre el mes de noviembre. Lo hace en un anonimato de calendario que avanza. Llueve en Ángeles. La climatología es un tanto desapacible. Una cierta grisura campa en los cielos. Nuestra vocalista suma tan sólo 17 años de edad. Es una chica precozmente virtuosa. Apenas resta un mes para que los 18 años lleguen a su ser.
Algo se masca en el ambiente
Esa misma mañana se dan a conocer las nominaciones a los Grammys 2020. Es una realidad que conocen sobremanera los seguidores de Billie Eilish. Algo se masca en el ambiente. Flota en la atmósfera como un preludio de gratificación. La expectación cuenta minutos en los silencios de la nada.
La duda es una margarita que se deshoja. La artista más joven en ser nominada. ¿Qué pasará? El escenario tiene fecha fija y fotografía en movimiento. Su madre, Maggie, la despierta. La despierta para contárselo con pelos y señales. La noticia tiene envergadura de tal.
Todavía adormilada
La madre seguidamente llama a su hermano, Finneas. "Eilish...", responde Finneas al otro lado de la línea. "¿Adivina lo que has conseguido?", le corta todavía adormilada -aún balanceándose en brazos de Morfeo- a su hermano. Pone una voz inocente una voz juguetona, una voz melosa, aniñada. Una voz que ya precisa protección.
El documental quiere así mostrárnosla por última vez en su naturaleza de adolescente. En su deslizamiento de la pubertad. Elevando a voluntad el grado de intimidad. Su hogar es una espita de felicidad de puertas adentro. Cuanto allí se vive ha sido esbozado por esta película que ahora tanto triunfa.
La jornada avanza
El día crece, la jornada avanza. Billie mira machadianamente cómo llueve. Lo hace a través de la ventana del salón. Su mirada está fija en el horizonte. Nadie sabe qué piensa a ciencia cierta. La verdad es transparente a los ojos. Billie está abrazada a unos cojines. Unos cojines dulces y atrincherados.
Todos sus movimientos son muy pasados. Todos sus movimientos forman parte de una espontaneidad serena. La imaginación tiene sabor de dulce de leche. Opta, en un repente, por sentarse al piano e interpreta Listen before I go. No estoy bien, me siento tan dispersa…, canta. Hay una niña que ha disparado su futuro hacia el estrellato.
Manos que son palomas
Sus manos. Las vemos. Fingen ser palomas silueteando garras de lo divino. Extremidades de un ángel constructor. De arte y experimentación. Los dedos acarician las teclas. Este piano es un lomo que se deja acariciar. Que se de deja mimar. Que se deja interpretar. Que se entrega en toda su musicalidad. Desgrana la canción como quien recita un soneto de lo inadvertido.
Medio sonríe. La nostalgia da un paso atrás y la esperanza un paso al frente. Decide saltar a la calle. Se monta en su vehículo. La cabeza necesita cierto despeje. El oxígeno regresa a la plenitud de la artista. Necesita respirar abdominalmente en ocho tiempos. Coger aire, templar los pensamientos.
He ahí la metamorfosis
Y es en ese momento cuando se produce la transformación. La metamorfosis. El cambio. El cambio profundo y regenerador. Ya ha dejado de ser una adolescente corriente y moliente para convertirse en ese instante en la estrella que revolucionaría el panorama musical mundial.
Asimismo en Billie Eilish mujer. "He sido nominada a seis Grammys, conduzco el coche de mis sueños. Finneas tiene su coche de los sueños. Está lloviendo…”, comenta Billie Eilish mirando al frente, sin mirar a la cámara. Pero mirando a todos los puntos en lontananza.
Sonrisa de labios enteros
Y esboza una sonrisa. Una sonrisa de labios enteros. "Tengo a mi chucho en el coche conmigo. Ayer cené donuts. No estoy en ninguna relación sentimental, gracias a los dioses. Mi relación con mi familia es buena", añade Billie Eilish.
Y apunta: "Soy guapa. De alguna manera. Soy famosa (…) soy jodidamente famosa. La vida es buena". Se consuma un momento de abrasador equilibrio. La lluvia es ya una mera anécdota de fondo. Como un salpicado que ni siquiera moja el estado de euforia. Billie Eilish se ha convertido, sí, en un ser adulto.