
Reina la desilusión en el PP desde última hora de este domingo caluroso de elecciones generales. El 23 de julio nos ha deparado un resultado realista pero incomprendido por la derecha española. Muy pocos pensaban que derogar el sanchismo iba a ser tan complicado.
La izquierda mediática ha sabido proteger siempre al peor presidente del Gobierno que ha tenido este país en los últimos cuarenta años de democracia y anoche lo volvió a hacer.
Sánchez ha perdido las elecciones. Feijóo las ha ganado y a día de hoy, y a falta del voto extranjero, las matemáticas le dan para ser presidente.
Todo ello depende de cuatro partidos. Dos afines, Coalición Canaria (CC) y Unión del Pueblo Navarro (UPN), y otros dos con los que ya se ha llegado a acuerdos puntuales, Vox y Partido Nacionalista Vasco (PNV).
El problema que todos plantean es el de la negativa del PNV a pactar con Vox pero, ¿quién ha dicho que vayan a pactar?
Lo único que se contempla es un apoyo a la investidura del candidato más votado en estas elecciones, con una amplia diferencia de 14 escaños respecto al segundo.
El PP ya sabe lo que es gobernar en solitario con el apoyo en la investidura del PNV, ya que así lo hizo Rajoy en 2016 cuando tenía 137 diputados, por lo que solo tendría que sustituir a Ciudadanos por Vox para repetir esa situación.
El PNV ha perdido mucho fuelle en el País Vasco, tanto que Bildu ya le ha comido terreno suficiente como para disputarle el gobierno autonómico dentro de ocho meses y gobernar Ajuria Enea junto a PSOE y SUMAR.
Los nacionalistas, cuyo voto se basa en el conservadurismo, ha perdido en torno a 100.000 votos que se han ido al PP y a Vox, principalmente por sus flirteos con Sánchez.
Su apoyo a la lista más votada y que significaría acabar con el Gobierno Frankenstein de Sánchez, del que saldrían, le daría al PNV un plus con ese electorado que le ha castigado.
Mientras, Vox tendría que realizar un ejercicio de responsabilidad ante lo que podría ser su fin como partido, en términos similares a Ciudadanos.
Gran parte de su electorado no entendería que si, la única fórmula para echar a Sánchez del poder es apoyar una investidura del candidato más votado, no lo hiciera.
Por tanto, como ha ocurrido durante los últimos 40 años de democracia en España, debe gobernar quien ha ganado las elecciones, y, además, en este caso, lo puede hacer sin el apoyo del principal partido de la oposición, el PSOE, que, a su vez, sería lo lógico en un país con madurez democrática, para evitar depender de extremos ni nacionalismos chantajistas.