viernes. 29.03.2024

Hablar de Bertín Osborne es hacerlo necesariamente de su naturaleza polifacética. De su altura no sólo física sino también laboral, es decir, de un sobresfuerzo con muchas deshoras de curro en ristre. Hablar de Bertín Osborne es hacerlo de una suma: la de sus muchos años al pie del cañón, en el candelero de una dedicación -hasta la extenuación- al trabajo…

Sin duda de ninguna clase el verbo trabajar, su conjugación y su regeneración, es el que mejor y más óptimamente le definen. Bertín Osborne, galán por antonomasia, espontáneo que salta a los ruedos de la renovación, de la reinvención, no escatima compromisos con la obra bien rematada, sea cual fuere el género profesional en el que se vea inmerso.

¿Viviendo de las rentas?

Podría estar viviendo de las rentas desde hace la intemerata. Incluso estar observando las complacencias de la vida tumbado a la bartola desde una posición económica más que holgada. Podría estar degustando a mesa y mantel los sabores de una existencia acomodada por mor del destino. Pero Andrés ni por esas. Ni hablar del peluquín…

Bertín decidió mezclarse con la vida, que es el mejor modo de saborearla comprometiéndose con su tiempo y con la aquiescencia de su propio ser. Hay que echarles redaños al devenir cotidiano para aportar, para construir, para evangélicamente ganarse las habichuelas con el sudor de su frente… Nada de cruzarse de brazos.

La aventura siempre juiciosa

Nada de espantar las embestidas de los riesgos, nada de acomodarse en el diván del mejor ensueño. A lo profundo de la experimentación por lo desconocido, por el emprendimiento, por la aventura siempre juiciosa. Bertín Osborne nació en la cuna de una familia aristocrática. Podría haberse guarecido bajo el mantolín de damasco de las circunstancias bienhadadas…

De las natales circunstancias bienhadadas. En un entorno y en un contexto del todo favorecedor. Pero ejerció de hombre natural que respondía a la llamada de la sangre en libertad. Y ciertamente no ha parado en barras desde los 16 años de edad. Entonces firmó un pacto con la tenacidad. Con el rigor de la tenacidad, con la impronta incólume de la perseverancia.

Redoblado de éxitos

Es el ejemplo más limpio que reporta Bertín Osborne a las nuevas generaciones. Es sexagenario y no cesa en el empeño de un continuum profesional por veces más redoblado de éxitos. Le ha metido mano a todo cuanto estaba en su ídem, desde la óptica de la planificación seria. Con tentativas de sensatez. También ha rechazado decenas de propuestas sin chicha ni limoná.

Es un animal de la escena, canta muy dulcemente y en esta faceta ha brillado sin parangón. Pero también decidió enrolarse -ignoramos si por casualidad o por causalidad- en los rayos catódicos de la televisión. Por la pantalla enseguida sintió un amor mediterráneo que pronto se tornó hispano del cabo de Gata al de Finisterre, o sea el suelo patrio de parte a parte.

Hacer de la experiencia virtud

Ignoramos de qué recóndito estuche de plata saca el tiempo para este ritmo multifuncional de resultados imbatibles. Ha hecho de la experiencia virtud. Y de la persistencia un valor añadido. Quien la sigue, la consigue. Hablamos de un mandamiento pragmático. Este mandamiento no sabe de gerundios. Este mandamiento nunca nos pilla en contradanza.

En esta sociedad donde prima la política del pelotazo, del dinero fácil, de la ley del mínimo esfuerzo, del enchufismo y de los miles de estómagos agradecidos, llega el ejemplo cristalino de Bertín Osborne. Espejo que ha de servir para la generación Z. Y para tantos que han hecho de la indolencia su opción viral.

Bertín Osborne y el mejor ejemplo para la generación Z