viernes. 26.04.2024

El Almirante Cervera: “lo perdí todo, menos el honor”

Más de cien años después de su muerte, la alcaldesa de Barcelona le ha quitado la calle en su nombre

“Pero, ¿qué han hecho?” El almirante Sampson, que comandaba las dos flotas norteamericanas, y que regresaba de tierra con la batalla casi terminada, no daba crédito desde la cubierta del USS New York. Desde las nueve y media de la mañana, con visibilidad plena, los barcos españoles iban saliendo de la Bahía de Santiago, pegados a la línea de costa, en lugar de salir a la batalla en mar abierto, donde le esperaban diez barcos norteamericanos dispuestos en forma de abanico. Con esta maniobra -suicida- el Contraalmirante Cervera cumplía la orden del General Blanco, comandante general de Cuba, que a su vez obedecía las de Madrid para que España saliese a presentar batalla ante la flota estadounidense.

Admirante Pascual Cervera, fotografiado en su casa, en Puerto Real | Por Carlos L. Bustos. 1902

Los seis barcos, sin apenas munición, algunos sin cañones, eran la viva imagen del Imperio en el que no hacía tanto no se ponía el sol. Iban saliendo en orden decreciente, por tamaño y potencia, del puerto de Santiago. En el primero de ellos iba Cervera, para recibir todo el fuego de los cañones norteamericanos y proteger a los demás.

Era tal la penuria de la flota y del ejército español en Cuba que, en los meses previos de bloqueo, los mambises cubanos a favor de la independencia llegaron a componer la coplilla:

Aquí ha llegado Cervera

con su escuadra sin carbón,

y en el “Morrillo” le espera

el Almirante Sansón”

Era el 3 de julio de 1898, y con esta maniobra naval Pascual Cervera, que además salía el primero para proteger a los demás, no sólo obedecía órdenes: también salvaba la honra de su país a nivel internacional. Y de camino, favorecía las posibilidades de que los pocos supervivientes españoles pudieran nadar los cien metros que les separaban de la costa, y que lo hicieran, además, de día. Casi 120 años más tarde de esta escena, Cervera se ha convertido sin querer en el más increíble e improbable facha de todos los tiempos, precisamente, por el tiempo que le tocó vivir.

Mientras veía salir por la bocana a cada uno de los seis barcos, que cuatro horas más tarde yacerían como pecios en el fondo del mar, Sampson se dio cuenta de que la maniobra española no era extraña. Sin duda, el hombre que comandaba la paupérrima flota había tomado la decisión más inteligente. En este punto sus capitanes de navío, dirigidos por el comodoro Schley, bombardeaban ya casi con pena cada barco español, conscientes del sacrificio que se libraba ante sus ojos.

Además, -recordó con admiración Sampson- era el mismo hombre que le hundió el Merrimac un mes atrás. El mismo que rescató a los ocho supervivientes norteamericanos para hacerlos prisioneros, y que posteriormente le envió a su jefe del Estado Mayor, el Capitán de Navío Joaquín Bustamante, en un barco con bandera blanca. ¿Su misión? Informarle, sorprendentemente, de que los prisioneros estaban sanos y eran tratados con honor. Y de pronto, Bustamante, un cántabro cuyo cadáver saldría de Cuba hasta Cádiz junto con los restos de Cristóbal Colón, le soltó: “Vengo a recoger también sus pertenencias y objetos de uso, para que estén cómodos durante su cautiverio”. Y se dispuso a esperar un buen rato en la cubierta del USS New York a que le prepararan los ocho equipajes.

Obituario que le dedicó el New York Times

El gesto que tuvo Cervera, muy gaditano y sobrado de galones también podría haber inspirado una de esas llamadas al enemigo de Miguel Gila ya en el siglo XX. Dejó boquiabiertos a los yanquis y efectuó, además, una carga de profundidad simbólica: no le sirvió para ganar la guerra, sí contribuyó a que ganara la batalla mediática que pronto se desataría a su alrededor. Para Estados Unidos la excusa de la guerra con España fue el Maine, pero Cervera les colocó el Merrimac, un motivo más por el que fue tratado como un héroe por Estados Unidos mientras estuvo prisionero. Fue así hasta su muerte, en 1909, de la que se hicieron ecos medios como el New York Times en forma de respetuoso obituario.

Más de cien años después, al gaditano Pascual Cervera y Topete le ha vuelto a ocurrir. La política ha vuelto a salpicarle y ha vuelto a darle relevancia mediática. La primera vez fue en 1898 en el Consejo de Guerra al que fue sometido como presunto culpable de la pérdida colonial de Cuba, como estrategia para que el Gobierno pudiera escapar de las críticas por la pérdida de las colonias. Entre ellas se deslizaba ya la de no haber apostado por la fabricación del sumergible Peral como arma decisiva, que habría podido cambiar el destino de España que se jugó ese 3 de julio de 1898.

Ante ese Consejo de Guerra, Cervera salió airoso gracias a la correspondencia que remitió a Cartagena desde Cuba a su primo, Juan Spottorno, dos años antes del desastre, y al arzobispo de Santiago, la víspera de la batalla, recopilando toda la correspondencia oficial enviada y recibida a Madrid denunciando la precariedad de la flota española. A Spottorno le narró la situación militar de España en Cuba por la falta de inversiones y de preparación –no se hacían maniobras desde 1894- como factores determinantes de fracaso en caso de un ataque norteamericano. Y auguraba que, en caso de guerra, los políticos españoles “…buscarán a la pobre víctima a quien culpar de las faltas cometidas por otros”. “Te encomiendo con gran confianza todo lo que aquí te escribo; pero al mismo tiempo, te pido no destruyas esta carta, guardándola en lugar seguro, en caso de que un día fuera conveniente que se conozca mi opinión de hoy”, le escribió en 1896. La prensa estadounidense no dudó en criticar a España por el trato que le dispensó a su vuelta.

Y es que Pascual Cervera conocía bien los entresijos burocráticos y políticos de Madrid, al igual que odiaba pisar despachos: prefería mil veces las cubiertas de los barcos. El líder del Partido Liberal, Segismundo Moret, también gaditano, y de los pocos ministros que le defendería tras la pérdida de Cuba, le llamó en 1892 para ofrecerle el puesto de ministro de Marina tan pronto cayera el gobierno conservador de Cánovas del Castillo. Cervera lo rechazó tres veces, y solo lo aceptó cuando Sagasta, presidente del Consejo de Ministros, le indicó que era la reina María Cristina la que había dado su nombre. Cervera tuvo que aceptar, pero puso una exigencia que bien podría ser actual: que no hubiera recortes presupuestarios. Tres meses más tarde, Cervera hizo lo que los políticos españoles no son capaces de hacer hoy: presentó su dimisión, y cumplió su palabra. La decisión del gaditano retrató a Sagasta, que le mintió al haber recortado 2 millones de pesetas del presupuesto.

La Guerra entre Estados Unidos y España fue la primera que se jugó en los periódicos, fake news incluidas, a un lado y al otro del Atlántico, con Hearst, uno de los primeros magnates mediáticos como principal valedor. En España, Cervera también las padeció: en sus primeros días como prisionero del gobierno yanqui, la prensa española de la época publicaba que estaba ofreciendo entrevistas a los medios estadounidenses que se lo solicitaban. No era cierto: la primera comunicación que realiza el militar es una carta rubricada de su puño y letra que, fechada al día siguiente de la batalla, envía a Ana, su mujer, en Puerto Real (Cádiz) en la que le informa de que tanto él como su hijo Ángel, que combatió con él, se encontraban bien, un hecho que publicó El Correo Español el 7 de julio de 1898. Eso sí, en Annapolis, donde estuvo prisionero fue inevitable que militares y civiles hicieran cola para estrecharle la mano. Su tataranieto, Ángel Luis Cervera Fantoni, tiene el original de esa carta.

Cervera ‘el facha’ regresó a España a primeros de agosto, mientras arreciaban los ataques en forma de posverdad, el término actual para las verdades a medias. Se le tildó de cobarde y de actuar sin honra ni honor por aparecer en la cubierta del Iowa, ya como prisionero, en calzoncillos y camiseta. Una leyenda negra con la que todavía hoy se le ataca. Sin embargo, y para los vencidos, despojarse del uniforme era habitual para evitar que los militares de alto rango fueran identificados por el enemigo y usados como moneda de cambio, además de que al saltar al agua, el peso de los uniformes minimizaba las opciones de supervivencia.

En Madrid fue obligado a permanecer hasta principios de 1899, que fue cuando pudo regresar a Puerto Real a “tomar el solecito y respirar de nuevo el aire de los pinares de Las Canteras”, según la correspondencia que obra en poder de su tataranieto, Ángel Luis Cervera. Pese al boicot que padeció, y tras demostrar su inocencia, se convirtió en un personaje muy querido, fue ascendido a Almirante y nombrado senador vitalicio, mientras le llegaban cartas de felicitación de Estados Unidos e incluso ofertas para ofrecer conferencias. Esto último lo rechazó: no le parecía digno hablar de la derrota de su país, y menos, hacerlo cobrando.

Este texto refrenda la historia (que se usó en España en su contra) para contar que saltó del barco en paños menores

Décadas después, la Revolución Cubana también le consideró un héroe por su batalla contra el imperialismo norteamericano. En 2015, el escenario de la batalla naval de Santiago fue declarado Monumento Nacional por el gobierno castrista, y su figura es recordada en dos bustos que permanecen en el Museo del Castillo de la Fuerza, en La Habana, y en el del Castillo de El Morro, en Santiago de Cuba. Parte de este apoyo se debió a Izquierda Unida, a través de José Antonio Barroso, ex alcalde de la localidad gaditana en la que el Almirante Cervera falleció en 1909, en Puerto Real (Cádiz) que reside habitualmente en la isla y que es íntimo de la familia Castro. “No puede ser posible que todo un Fidel Castro dijera de él que era un héroe si Cervera fuese un facha”, explica también su tataranieto, Ángel Luis Cervera. “Sentimos un gran respeto por los marinos españoles recordando la hazaña de Cervera, algo inolvidable”, llegó a afirmar Fidel Castro en 1998.

La familia, explica Ángel Luis Cervera, le envió una carta a Ada Colau contándole la historia y que no suprimiera la calle. Cien años más tarde de su muerte, la alcaldesa de Barcelona le ha quitado la calle, pero le ha regalado actualidad. La historia, en cierto modo, se ha repetido. Más de cien años atrás, cuando el Almirante Cervera llegó a España, fue recibido por el ministro de Marina Auñón, que le dijo: “Siento mucho lo ocurrido. Supongo que habrá usted perdido todo lo suyo en el naufragio”. “Así es –contestó Cervera- todo, menos el honor”.

El Almirante Cervera: “lo perdí todo, menos el honor”