El problema llega cuando, por el invierno, la temperatura exterior es muy baja. Cuando expulsamos nuestro aire caliente y húmedo hacia el exterior, que está mucho más frío, se alcanza muy pronto la temperatura de rocío y no da tiempo a que se condense por fuera de la mascarilla. Por ello lo hace por dentro y se humedece un poco más que en verano, cuando las temperaturas exteriores son cálidas.
La solución a este problema es sencilla: intentar que dentro de la mascarilla se mantenga una temperatura menos fría. Lo podemos conseguir cubriéndonos con cualquier elemento que nos proteja, como una bufanda o una braga polar (siempre por encima de la mascarilla).
Alergólogos e inmunólogos advierten de que la lluvia puede alterar la capacidad de filtración de las mascarillas y recomiendan llevar "una o dos de repuesto" durante el otoño-invierno.
Fomentar afecciones dermatológicas
El doctor Pedro Ojeda, miembro de Sociedad Española de Alergología e Inmunología (SEIC), ya advirtió hace unos meses de que una mascarilla mojada puede aumentar la humedad relativa en el espacio entre la cara y el protector y fomentar afecciones dermatológicas.
"En los días de lluvia deberemos llevar una o dos de recambio. Una lluvia fina no afectará la mascarilla, pero una lluvia más pertinaz o de gota gruesa alterará su capacidad de filtración", informa. Además, "aparte de ver disminuida su capacidad de filtración, una mascarilla mojada puede aumentar la humedad relativa en el espacio entre la cara y el protector y dar lugar a la aparición de las afecciones dermatológicas, como eccemas, acné o foliculitis", asegura el experto.