viernes. 26.04.2024
Sagrado Descendimiento
El Descendimiento, Hermandad de la Soledad | Juan Carlos Corchado para MIRA Jerez

Viernes Santo, tarde de muerte y de cruz

El luto marca la jornada final antes de la Resurrección

En la tarde de Viernes Santo toda la ciudad se hace reflejo del dolor por la muerte de Cristo. Tarde de encajes negros y de corbatas de luto, de lectura de la Pasión del Señor con la Santa Cruz como protagonista. Hasta el cielo que suele ser plomizo se une a una luctuosa jornada que abre la página de este Evangelio pasional que hoy se proclama en los Divinos Oficios.

Pasaje evangélico que se muestra en la calle desde la parroquia que, allá por los años del desarrollo urbanístico, se levantara por el arquitecto Fernando de la Cuadra y que tomó el jerezano nombre de Nuestra Señora de las Viñas. De allí saldrá la popular cofradía de la Exaltación, la primera que lleva a la Santa Cruz sobre las andas procesionales de su misterio, andas que han venido a engrandecer la jornada y a potenciar esa escena, tan cruenta como impactante, de la elevación del árbol de la cruz sobre el Monte Calvario. Acompañará la Virgen de la Concepción, coronada de amor por todo un barrio que la siente suya y coronada por el propio fervor inmaculista del que Jerez siempre ha hecho gala.

La siguiente página de este Evangelio de Viernes Santo se nos abre, de nuevo y de forma provisional, en el céntrico ex convento franciscano, y lo hará para ver salir ese torrente de fervores que se aúnan en la cofradía de San Telmo, la de la ermita que fundaran en 1575 los barqueros para su santo patrón. La cofradía del Cristo de la Expiración levanta pasiones especialmente en su barrio que espera impaciente el día, ya próximo, en el que la mirada expirante del Cristo junto a San Juan y a su Madre del Valle crucen el umbral de su restaurada ermita. Significativo será este año el encuentro de los pasos de palio de la Virgen del Valle y de la Soledad en la Alameda Cristina rememorando tiempos del ayer.

Una cofradía de la Soledad que también nos seguirá narrando momentos pasionales del Viernes Santo. Será ahora, tras la Expiración, el Descendimiento de Cristo plasmado en el portentoso conjunto escultórico que tallara Ortega Bru para la cofradía del templo de la Victoria, el de la Orden de Mínimos de San Francisco de Paula, cuyo complejo conventual fuese fundado en 1542 y en donde tiene su sede una cofradía que en la Virgen de la Soledad se asienta su principal baluarte, el centro de sus devociones. Cofradía que hace de la calle Porvera un referente de la Semana Santa jerezana y que hunde sus raíces en el más arraigado marianismo de la ciudad.

Y tras el Descendimiento su Santo Entierro. Cofradía casi oficial que alcanza el centro tras dejar atrás el barrio de Santiago y la capilla del Calvario, de rancio abolengo y noble construcción iniciada y concluida en el siglo XVII. Cofradía que este año celebra los tres siglos de la ejecución del maravilloso misterio del duelo, del que destaca sobre todo la valía artística de la Virgen de la Piedad, reina y señora del luto. La cofradía  del féretro de plata que, un día labrara magistralmente Laureano de Pina, cerrará los desfiles procesionales de la jornada pero no el relato evangélico del día porque aún quedará por admirar la cautivadora belleza de la soledad de la Madre de Loreto al pie de la Santa Cruz de su Hijo.

Desde San Pedro, el templo que se levantara en el siglo XVIII para ayuda de la parroquia de San Miguel y que fuese reconstruido el pasado siglo XX, partirá, a la caída de la tarde, una cofradía de las que enamora de principio a fin. Clásico y ejemplar cortejo que, como un impacto de morado penitencial, llenará el Viernes Santo de la auténtica liturgia del día, todo ello potenciado por los exquisitos cánticos del coro de capilla San Pedro Nolasco entre sones de oboes y clarinetes. Miembros del cuerpo de la Aviación acompañarán a su celestial patrona y muchas serán las miradas que, durante todo su recorrido, se claven en el rostro bellísimo de la Soledad de Loreto, en especial en los últimos trayectos de su itinerario cuando el Viernes Santo alcanza toda su dimensión, en la penumbra que invita al recogimiento y a la oración, ante la Santa Cruz vacía y el dolor solitario de una Madre que, por las calles de Jerez viene llorando en silencio pero con la esperanza de un revoloteo de campanas que nos hablan ya de Resurrección.

Viernes Santo, tarde de muerte y de cruz