Vámonos, niña, a Jerez,
que está toreando el Paula
como se torea una vez.
Que en llegando el mes de mayo
hasta la luz se hace arte
y se monta en un caballo.
Es tan grande mi torero
que el Sol le presenta armas
cuando va sobre el albero.
Como el vino, trago a trago,
quiero beber la razón
de su barrio de Santiago.
Su figura bien compuesta
es la enseña más gitana:
sin el Paula nunca hay fiesta.
Cuando se enfrenta al toro
se vuelven todos los trajes
de negro, tabaco y oro.
El toro va de la mano,
embebido en el capote
por la magia de un gitano.
Citando al toro de frente
da una media a pies juntos
y que se entere la gente.
La derecha, en la cadera
y la izquierda, en la muleta
y la luna, donde él quiera.
Enloquecen los cabales
cuando extiendes tu capote
o toreas por naturales.
Respondiendo a tu montera
revuelan en los tendidos
palomas de primavera.
Ya se hace el mundo entero,
por el saludo de siglos,
en tus manos un sombrero.
Cuando das la vuelta al ruedo
tu público se te entrega,
la emoción parar no puedo.
Que yo quisiera gritarte:
“Paula, hijo, hasta las lágrimas
en tu cara llevan arte”.
Hoy te lanzo mi sombrero
y prometo no lanzarlo
a ningún otro torero.
Es gracia del Dios calé,
que el ruedo para ser trono
tiene que darlo Undivé.
Y después de tu faena
cualquiera, tranquilamente,
se puede morir sin pena.
